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La ética como base del éxito profesional

Dr. Fernando D. Saraví
Profesor de la Facultad de Ciencias Médicas, Universidad Nacional de Cuyo
Jefe de la Unidadde Densitometría Ósea, Escuela de Medicina Nuclear

Con frecuencia se emplea, para referirse elogiosamente a un determinado profesional, el adjetivo "exitoso". Esta costumbre motiva la presente reflexión concerniente a relación entre el éxito profesional y la ética, frente a ciertos cambios propios de nuestro tiempo.

Antes de abordar algunos aspectos referidos específicamente a la práctica médica, creo oportunas algunas reflexiones generales.

1. ¿Qué es el éxito profesional?

Muchos conciben, a veces inconscientemente, al éxito como una variable que pueda ser medida por la marca y modelo del automóvil que se posee, o el lugar que se puede elegir para vivir o para tomar vacaciones. En lo que a mí concierne, aunque no tenga nada en contra de la industria automovilística, una buena casa o el turismo, tal concepción -por popular que sea- no refleja las mejores tradiciones acerca del ejercicio de ninguna profesión.

En un plano más profundo y real, el éxito se relaciona con la satisfacción que el ejercicio de la profesión provee para quienes son atendidos por el profesional, con la satisfacción del propio profesional con su trabajo, y por el reconocimiento de sus pares.

Desde luego, la satisfacción de los asistidos comprende aspectos tanto subjetivos (la impresión causada por el profesional) como objetivos, en principio medibles a través de resolución efectiva de problemas, apoyo emocional, mejora en la calidad de vida y otras variables similares. Jesús enseñó muy sencillamente que, para todas las personas, la regla es hacer con los demás como nos gustaría que los demás hicieran con nosotros.

La satisfacción que el propio profesional deriva de su ejercicio también abarca lo subjetivo (en términos simples, la sensación de moverse en la dirección correcta o de estar haciendo bien las cosas) y objetivamente en la efectividad de su práctica. Y otro tanto vale para el reconocimiento de los pares: por una parte está la percepción de la capacidad del profesional y por otro sus contribuciones objetivables.

2. El ejercicio de la medicina comienza con un compromiso ético

En el caso concreto de la profesión médica, una forma de estimar el éxito profesional bien puede ser la concordancia y consistencia con el solemne compromiso que, a través de los siglos, los médicos han adquirido y sellado con juramento. He aquí una versión del juramento de Hipócrates:

Cumpliré, lisa y llanamente, con todas mis fuerzas e inteligencia el siguiente juramento y obligación escrita: Tendré a mi maestro de medicina en el mismo lugar que a mis padres, partiré con él mis haberes y, si necesario fuere, yo proveeré a sus necesidades, a sus hijos los tendré como a mis hermanos, y si ellos quisieren aprender el arte de curar se lo enseñaré sin paga de ningún género y sin obligación escrita: instruiré con preceptos, con lecciones orales y con los demás medios de enseñanza a mis hijos, a los de mi maestro y a los demás discípulos que se me unan por convenio y juramento, conforme esta determinado en la ley médica, y a nadie más. Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechoso, según mis facultades y mi entender, absteniéndome de cometer todo mal y toda injusticia. A nadie daré veneno, y si alguno me propone semejante cosa, no tomaré en consideración la iniciativa de una tal sugestión. Igualmente me abstendré de aplicar a las mujeres pesarios abortivos. Pasaré mi vida y ejerceré mi profesión con inocencia y pureza. [No haré la operación de la talla, sino que dejaré esta obra a los maestros que de ella se ocupan.] En cualquiera casa que yo entre lo haré para utilidad de los enfermos, absteniéndome de toda falta voluntaria y de toda acción injuriosa o corrupta, y, sobretodo, de la seducción de las mujeres y de los jóvenes, ya sean libres ya esclavos. Cualquiera cosa que yo vea, oiga ó entienda en la sociedad, sea en el ejercicio de mi profesión o fuera de él, y que sea conveniente que no se divulgue, la guardaré en secreto con el mayor cuidado, considerando el ser discreto como un deber en semejantes casos. Si observo con fidelidad mi juramento, séame concedido gozar felizmente de mi vida y de mi profesión, honrado siempre entre los hombres; y si lo quebranto y soy perjuro, que caiga sobre mi la suerte contraria".

Otro famoso juramento médico, de origen medieval, es debido al célebre médico y teólogo judío del siglo XII, Maimónides:

La Providencia Eterna me ha encargado la misión de cuidar vida y salud de sus creaturas. A ella ruego que el amor por mi arte me fortalezca en todas las ocasiones; que nunca desvíen mis propósitos la avaricia ni la mezquindad, el afán de gloria o de gran reputación; que los enemigos de la verdad y la filantropía no puedan impedir mi ánimo de servir a sus hijos; que siempre vea en el enfermo una creatura adolorida. Dame fuerza, tiempo y oportunidad para aumentar mis conocimientos y abjurar de mis errores, porque la ciencia es inmensa y el espíritu del hombre puede enriquecerse siempre con nuevas enseñanzas. Que en el día de hoy descubra mis desaciertos de ayer, y en el de mañana vea con nuevas luces lo que hoy me parece seguro. Dios mío: me has señalado la labor de vigilar la vida y la muerte de tus criaturas; aquí estoy, atento a mi vocación hasta que quieras llamarme a tu seno.

JURAMENTO MÉDICO DE MAIMÓNIDES

Que yo sea moderado en todo, excepto en el conocimiento del arte; que con respecto a él sólo sea yo insaciable; que siempre quede alejada de mí la idea de saberlo todo y de conocerlo todo; concédeme fuerzas, tiempo, oportunidad y ocasión para rectificar siempre los conocimientos adquiridos, para extender su dominio; porque el arte es grandioso, y el espíritu del hombre puede igualmente extenderse indefinidamente, enriquecerse cada día con nuevos conocimientos; puede descubrir hoy muchos errores, y su saber de ayer y la jornada de mañana pueden traerle luces que no ha sospechado hoy.

(Fuente: El Juramento Hipocrático, por Horacio Abascal Vera).

3. La ética y el cambio

Aunque separados por muchos siglos y procedentes de dos ambientes culturales muy diferentes, ambos juramentos arriba citados tienen en común una concepción de la actividad profesional basada en valores absolutos: agradecimiento a la providencia, respeto a los maestros, búsqueda permanente del saber, generosidad en compartirlo, conciencia de responsabilidad, vocación de servicio, conciencia del sufrimiento ajeno y una férrea determinación de aliviarlo por sobre toda otra consideración.

Ambos juramentos parten, pues, de una concepción del profesional ante todo como una persona que, gracias a su privilegiada preparación puede ayudar a otros, y quien por su compromiso solemne, quiere hacerlo. En otras palabras, existe una sólida base ética para el ejercicio de la profesión: Quien en su teoría y práctica es consistente con tal concepción, tiene derecho a ser considerado exitoso.

Lamentablemente, uno de los cambios más extendidos de nuestro tiempo y también uno de los más nocivos para la sociedad, es precisamente el cuestionamiento irracional de estos valores fundamentales, o peor, el haberlos abandonado sin reflexionar en las consecuencias. Así vemos proliferar en nuestra sociedad una nueva clase de persona que el médico español Enrique Rojas Montes llamó, de manera muy gráfica, el "hombre light".

El título completo del libro de Rojas Montes, tan breve como sustancioso, es "El hombre light, una vida sin valores". Sin embargo, en el fondo no se trata tanto de una ausencia de valores como un reemplazo de los valores tradicionales por otros nuevos. El placer como bienvenido resultado de hacer bien las cosas es reemplazado por el placer como fin en sí mismo; la energía antes reservada a la búsqueda del conocimiento es derivada a la adquisición de objetos materiales; la tolerancia y el respeto como base de la convivencia es burdamente imitada por una permisividad que apenas oculta una cruda indiferencia; y en la base de toda esta vacuidad está el rechazo de las verdades y valores permanentes y absolutos, reemplazada por un relativismo moral que, de ser llevado a sus últimas consecuencias, sería insoportable. El relativismo se sostiene a costa de suspender el juicio crítico y evitar detenerse a reflexionar. Puede aparecer ilusoriamente como una liberación, pero en realidad es el camino para la más abyecta de las opresiones.

Si bien esta pérdida de valores, de reflexión, de rumbo, de proyecto, de base ética, es nocivo para la sociedad en general, resulta particularmente grave en un profesional, en primer lugar por sus funestas consecuencias con respecto a su práctica, y en segundo lugar porque, para bien o para mal, el profesional es un referente social. Por esta razón sus ideas y sus actos ejercen influencias en quienes los rodean. Y por la misma causa, los profesionales deben ser la vanguardia que recupere los valores genuinos, trascendentes y perpetuos.

4. El dilema del médico

Además de otros cambios, como la creciente relativización de los valores, de nefastos resultados, el médico del siglo XXI enfrenta otros desafíos. Por una parte, la ciencia médica avanza a un ritmo vertiginoso que torna literalmente imposible para un especialista leer más que una fracción de lo que se publica en su propia especialidad, para no hablar de la medicina en general. Por otro lado, que todos estos avances y los que pueden preverse para el futuro cercano no han solucionado algunos de los principales problemas de salud. Con excepción de enfermedades infecciosas (no todas) y aquéllas que pueden curarse con cirugía o radioterapia, en términos generales la medicina moderna posee tratamiento para casi todo, pero cura para casi nada. Su capacidad para librar al ser humano de algunas de sus enfermedades más comunes e invalidantes es muy limitada. Basta pensar en la hipertensión arterial, la diabetes o la artrosis.

Ante este cuadro que cualquier médico conoce bien, algunos colegas buscan alternativas más satisfactorias, a veces en medicinas étnicas, tradicionales, otras veces en nuevas teorías o dispositivos tecnológicos. Que se busquen nuevas respuestas es la esencia del avance científico, pero no es menos importante que la real contribución de las novedades sea rigurosamente evaluado. Por esta razón, cuando se trata de los aspectos científicos de la medicina, lo lógico y razonable es que el profesional emplee recursos diagnósticos y terapéuticos cuya eficacia y seguridad haya sido comprobada con la mejor metodología disponible. Lamentablemente, en ocasiones el fundamento de la práctica es menos sólido que este ideal.

En un artículo humorístico originalmente publicado en la revista médica del Reino Unido (British Medical Journal 1999; 319: 18-25), los médicos australianos David Isaacs y Dominic Fitzgerald expusieron lo que titularon "Siete alternativas a la medicina basada en la evidencia". Su lista incluía entre otras:

1. Medicina basada en la eminencia, es decir en el halo de autoridad de un colega famoso.
2. Medicina basada en la vehemencia, o sea el entusiasmo con el que se propone el nuevo método diagnóstico o agente terapéutico.
3. Medicina basada en la elocuencia, o capacidad retórica, del proponente.
4. Medicina basada en la sentencia, es decir el temor a un juicio por responsabilidad profesional.

Lista a la cual podrían agregarse otras propuestas, como por ejemplo:

1. Medicina basada en la creencia o parecer personal, sin evidencia objetiva o incluso a pesar de ella.
2. Medicina basada en la persistencia, cuando un paciente presiona para obtener determinado tratamiento y el médico se cansa de tratar de convencerlo.

Para complicar aún más las cosas, ni siquiera la medicina basada en la evidencia está libre de críticas. Es bien sabido que las nuevas técnicas diagnósticas son en general cada vez más costosas. Otro tanto ocurre con los medicamentos. La industria farmacéutica es la segunda más poderosa del mundo (precedida solamente por la industria armamentista). Ahora bien, la cantidad de dinero que mueve y los intereses que genera hace que en muchas ocasiones sus procedimientos no promuevan el bienestar público o el mejor ejercicio profesional. Debe tenerse en cuenta que actualmente colocar un nuevo medicamento en el mercado internacional exige 5 a 10 años de investigación y desarrollo, y una inversión de 500 millones de dólares. Esto hace que las compañías farmacéuticas busquen por una parte reducir sus costos, y por otro recuperar su inversión.

5. Una respuesta ética

Una estrategia empleada para reducir los costos y al mismo tiempo simplificar los pasos para obtener la aprobación oficial de un nuevo fármaco ha sido el empleo de organismos privados de investigación, a expensas de mermar la participación de los académicos universitarios en los ensayos clínicos. Como resultado, los investigadores independientes han tenido cada vez menor intervención en el diseño, la ejecución y particularmente en el análisis de los resultados y conclusiones de los ensayos clínicos.

La situación es tan seria que en setiembre de 2001 varios editores de las principales revistas médicas en inglés (entre otras: New England Journal of Medicine, Journal of the American Medical Association - JAMA -, Annals of Internal Medicine, Canadian Medical Association Journal y Lancet) publicaron un editorial conjunto sobre patrocinio, autoría y responsabilidad, en el cual decían, entre otras cosas:

Nos oponemos firmemente a disposiciones contractuales que niegan a los investigadores el derecho de examinar los datos independientemente o enviar un manuscrito para publicación sin necesitar el permiso previo del patrocinante. Tales arreglos no sólo corroen la fibra de la búsqueda intelectual que ha promovido tanta investigación clínica de alta calidad, sino que hacen a las revistas médicas cómplices de una potencial presentación errónea de los datos, ya que el manuscrito publicado puede no representar el grado en que los autores han sido incapaces de controlar la conducción de un estudio que lleva sus nombres. (New EnglandJournal of Medicine 2001; 345 [11]: 825-826, 2001).

Como resultado de esta determinación, los editores responsables han incrementado las exigencias de declarar la exacta participación de cada autor en un estudio que lleve su nombre, como de proveer toda información que permita justipreciar los resultados.

Evidentemente, estos médicos eminentes, que representan a algunas de las mejores revistas médicas del mundo, están basando sus exigencias no en una concepción relativista o light, sino en los principios éticos de honestidad intelectual y responsabilidad moral que hicieron de la medicina una profesión respetada.

Aunque la declaración estaba dirigida principalmente a la publicación de resultados de estudios experimentales y clínicos, los principios subyacentes son igualmente aplicables a la práctica cotidiana de la medicina en la atención de pacientes. No podemos ignorar estos principios sin perder no solamente el respeto de los demás, sino incluso el propio. Estos principios, de validez permanente, son los que pueden otorgar auténtico valor a nuestros actos dentro de la profesión y fuera de ella.

En el tiempo de Hipócrates, y durante muchos siglos posteriores, la práctica de la cirugía permaneció separada de la práctica médica propiamente dicha. De hecho, el actual desarrollo de la cirugía sólo fue posible a partir del siglo XIX, con la introducción de la anestesia general.