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La histórica alianza entre la ciencia y el cristianismo

Por Kenneth Richard Samples

El influyente filosofo-matemático británico Bertrand Russell una vez comentó: "Estoy tan firmemente convencido de que las religiones hacen daño como de que son falsas". En su popular y polémico trabajo, Por qué no soy cristiano, Russell acusó al cristianismo, en particular, de haberse opuesto a todo progreso intelectual, especialmente al progreso en la ciencia.[1] Desde los tiempos de Russell, otros abiertos defensores de una cosmovisión naturalista se hicieron eco de la afirmación de él, aseverando que el cristianismo es incompatible con los hallazgos de la ciencia moderna, y aun hostil a ellos. Muchos en nuestra cultura consideran que el cristianismo es poco científico, en el mejor de los casos, o anticientífico, en el peor de los casos.
Por cierto, han surgido conflictos entre las teorías científicas y la fe cristiana a través de los siglos. Sin embargo, el nivel de conflicto ha sido frecuentemente exagerado, y la influencia positiva del cristianismo en el progreso científico es raramente reconocida.[2] Me gustaría revertir la situación argumentando a favor de la compatibilidad del cristianismo con el esfuerzo científico y su progreso, y argumentar en contra de la compatibilidad del naturalismo con la ciencia.
(1) El clima intelectual que dio lugar a la ciencia moderna (hace unos tres siglos) fue moldeado decisivamente por el cristianismo.[3] No solamente la mayoría de los padres fundadores de la ciencia fueron devotos cristianos (incluyendo a Copérnico, Kepler, Galileo, Newton, Boyle y Pascal),[4] sino que la cosmovisión cristiana proveyó una base para la ciencia moderna, tanto para que surgiera como para que floreciera. El teísmo cristiano afirmaba que un Dios infinito, eterno y personal creó el mundo ex nihilo. La creación, que refleja la naturaleza racional del Creador, era, por lo tanto, ordenada y uniforme. Mas aún, la humanidad fue singularmente creada a la imagen de Dios (Génesis 1:26, 27) y, por lo tanto, era capaz de razonar y descubrir la inteligibilidad del orden creado. En efecto, la cosmovisión cristiana sostenía los principios subyacentes que hicieron posible y deseable la investigación científica.
El eminente historiador y filosofo de la ciencia Stanley Jaki ha sostenido que la ciencia "nació muerta" en las demás grandes civilizaciones fuera de Europa debido a las ideas prevalecientes que inhibieron el desarrollo científico; por ejemplo, un enfoque cíclico del tiempo, un enfoque astrológico del cielo, puntos de vista metafísicos que deificaban (animismo) o negaban (idealismo) la naturaleza.[5]
(2) Los principios que subyacen el método científico (comprobabilidad, verificación/falsación) surgen de las escrituras judeocristianas. El método experimental fue claramente impulsado por la doctrina cristiana.[6] Debido a que los fundadores cristianos de la ciencia moderna creían que los cielos realmente declaran la gloria de Dios (Salmos 19:1), poseían a la vez el necesario marco conceptual y el incentivo espiritual para explorar osadamente los misterios de la naturaleza. Según el teísmo cristiano, Dios se ha revelado a sí mismo en dos formas dinámicas: a través de la revelación especial (las acciones redentoras de Dios registradas en la Biblia, "el libro de Dios") y a través de la revelación general (las acciones creadoras de Dios que pueden descubrirse en la naturaleza, "el mundo de Dios"). Los científicos puritanos de Inglaterra y de Estados Unidos consideraban que el estudio de la ciencia era un intento sagrado de "pensar los pensamientos de Dios detrás de Él".[7]
Mientras que los cristianos tienen amplio espacio para crecer en las virtudes del discernimiento, la reflexión y el análisis vigoroso, la literatura de sabiduría del Antiguo Testamento consistentemente exhortaba al pueblo de Dios a ejercitarlas, y el Nuevo Testamento enseña el mismo mensaje (ver Colosenses 2:8; 1 Tesalonicenses 5:21; 1 Juan 4:1). Estos principios sirvieron como telón de fondo para el emergente método experimental.
(3) Estos son algunos de los presupuestos filosóficos fundamentales para el estudio de la ciencia: la existencia de un mundo objetivamente real, la comprensibilidad de ese mundo, la confiabilidad de la percepción de los sentidos y la racionalidad humana, el carácter ordenado y uniforme de la naturaleza así como la validez de la lógica y las matemáticas.[8] Estas precondiciones necesarias de la ciencia están enraizadas en las afirmaciones del teísmo cristiano de un creador infinito, eterno y personal que ha ordenado el universo cuidadosamente y ha provisto al hombre de una mente que se corresponde con la inteligibilidad del universo. Este esquema cristiano sirvió como el caldo de cultivo intelectual para la ciencia moderna. Sostuvo la ciencia y la permitió florecer. ¿Cómo se compara el naturalismo? ¿Explica o provee un terreno fértil para el nacimiento y el progreso de la ciencia?
Considere cómo podría contestar un naturalista las siguientes preguntas: ¿Cómo puede un mundo que es el producto de procesos ciegos y sin propósito explicar y justificar las condiciones cruciales que hacen que la misión científica sea siquiera posible? ¿Cómo justifica el naturalismo el método inductivo, las suposiciones acerca de la uniformidad de la naturaleza y la existencia de entidades abstractas y no empíricas como los números, las proposiciones y las leyes de la lógica si el mundo es producto de un accidente sin sentido? De acuerdo con el naturalismo, ¿acaso no es la mente humana misma un accidente más dentro de una serie de accidentes?[9] Y, si es así, ¿cómo podemos tener alguna confianza de que nos esté dirigiendo hacia la verdad? ¿Cómo podría concebirse siquiera un concepto como la verdad?
El filósofo cristiano Greg L. Bahnsen sostiene que no solamente el naturalismo no logra justificar sus presuposiciones subyacentes, sino que también los naturalistas apoyan ilegítimamente sus esfuerzos científicos en principios teístas cristianos. Los naturalistas toman prestado del cristianismo. Considere esta aguda observación del físico y popular autor Paul Davies:
La gente da por sentado que el mundo físico es ordenado e inteligible. El orden subyacente en la naturaleza –las leyes de la física– es simplemente aceptado como algo que está, como un dato bruto. Nadie pregunta de dónde vino; por lo menos, no cuando están en un entorno civilizado. Sin embargo, aun los científicos más ateos aceptan como un acto de fe que el universo no es absurdo, que hay una base racional para la existencia física manifestada en un orden similar al legal en la naturaleza que es al menos parcialmente comprensible para nosotros. Por lo tanto, la ciencia puede avanzar únicamente si el científico adopta una cosmovisión esencialmente teológica.[10]
Uno puede preguntarse si la ciencia podría haber surgido si las perspectivas dominantes hubieran sido naturalistas y materialistas. ¿Hubiera podido el naturalismo sostener la misión científica que generó el teísmo cristiano? El eminente filósofo cristiano Alvin Plantinga da su opinión: "La ciencia moderna fue concebida, nació y floreció en la matriz del teísmo cristiano. Creo que sólo dosis generosas de autoengaño y pensamientos contradictorios le permitirá florecer en el contexto del naturalismo darwiniano".[11]
(4) Las nociones científicas predominantes de la cosmología del big bang y el emergente principio antrópico aparecen como singularmente compatibles con el teísmo cristiano. Dado que el universo tuvo un comienzo singular, tenemos un derecho y una razón lógicos para inquirir sobre su causa. La clásica pregunta de Gottfried Leibniz, "¿Por qué hay algo en lugar de nada?", parece aún más provocativa a la luz de lo que nosotros ahora sabemos acerca del universo del big bang. ¿Es más razonable creer que el universo vino a existir de la nada mediante la nada o que, como dice la Biblia: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra?".

Traducción: Oscar Ríos -- Original: The Historical Alliance of Science and Christianity

Referencias
[1] Bertrand Russell, Why I Am Not a Christian (New York; Simon & Schuster, 1957), vi, 22-26
[2] Ver Charles E. Hummel, The Galileo Connection (Downers Grove, IL.: InterVarsity Press, 1986).
[3] Ver Stanley Jaki, Science and Creation: From Eternal Cycles to an Oscillating Universe (Scottish Academic Press, 1974); R. Hooykaas, Religion and the Rise of Modern Science (Grand Rapids: Eerdmans Publishing Company, 1972); y Eric V. Snow, "Christianity: A Cause of Modern Science?".
[4] Ver Charles E. Hummel, The Galileo Connection. Si bien Newton fue un serio estudiante de la Biblia, hay graves dudas sobre si sus puntos de vista teológicos eran completamente ortodoxos.
[5] Jaki, Science and Creation.
[6] Kenneth L. Woodward, "How the Heavens Go," Newsweek, July 20, 1998, p.52.
[7] Hummel, 162
[8] Ver Hummel, 158-9. Para una discusión más detallada de los presupuestos filosóficos de la ciencia, ver J.P. Moreland, ed., The Creation Hipótesis (Downers Grove, IL.: InterVarsity Press, 1994), 17.
[9] Richard Taylor, Metaphysics, 4th ed. (Englewood Cliffs, NJ.: Prentice Hall, 1992), 110-12.
[10] Según cita en Michael Bumbulis, "Christianity and the Birth of Science," August 4, 1998, p. 21.
[11] Alvin Plantinga, "Darwin, Mind and Meaning," p.8.